Por Kristin Masters / Traducido por Fernanda Siles.
Hace unos días Fernanda me compartió ese texto y lo encuentro tan útil y cercano para nuestra experiencia en Colombia. De corazón gracias Fer.
Cuando miro la intensidad del dolor en mis comunidades, del país y del mundo; el
sufrimiento no abordado y todos los corazones no acompañados a mi alrededor,
fácilmente puedo resbalarme hacia el desborde de sensaciones que oscilan entre la
rabia y la depresión.
Hay muchos días en que mi incapacidad de tolerar nuestro sufrimiento colectivo me
lleva a mis tendencias adictivas. Tiendo a sentarme sola en mi sofá verde, buscando
almendras cubiertas de chocolate, netflix, congelada en mi soledad existencial. Incluso
atreverme a escribir esto amenaza con detonar una espiral de vergüenza.
Como muchos de nosotros, muchas de nosotras, he sido socializada por la cultura
dominante para intentar manejar mi duelo sola, encerrada en algún cuarto, con las
puertas enllavadas. Parte de la forma en que hemos sido colonizados/as es a través de
la negación y el robo de nuestros rituales colectivos de duelo. Lo/as irlandeses han ido
perdiendo la práctica de “keening” (lamentaciones). Los rituales de duelo colectivo
fueron prohibidos para lo/as indígenas canadienses . Buscar el aislamiento es una
estrategia promovida por la blanquitud, por nuestra socialización que sobrevalora la
independencia.
Sin embargo, sé que estas estrategias solitarias no ayudan a nadie y tienen un costo
alto, ya que para muchos/as de nosotros/as, el dolor es demasiado grande para
soportar en soledad. Sin una presencia compasiva de alguien más, puede ser
demasiado aterrorizante, abrumador o desorientador quedarse con la tristeza y vivir el
duelo de una forma suficientemente honda y prolongada que permita que se mueva
saludablemente. Nos salimos del duelo para evitar la comprensible incomodidad de
vivir nuestra tristeza en soledad pero terminamos cargando un saco muy grande de
dolor y desesperanza que nos jala y nos detiene. Si puedo verme a mí misma
abrumada e intento conectar con la tristeza, sostenida por mis amistades y mi
comunidad, puedo moverme hacia una esperanza activa.
Sin la capacidad de vivir el duelo, nos distanciamos de nuestras pérdidas personales.
De la pérdida de relaciones, de personas importantes en nuestras vidas y nuestro
mundo. De la pérdida de nuestros sueños, de nuestras capacidades y habilidades
físicas.De la pérdida de lugares que fueron queridos para nosotros/as. No nos
podemos separar de la pérdida sin separarnos de la vida misma.
En mis talleres sobre pérdidas y duelos, le pregunto a la gente por qué no hacemos
duelos. Una de las respuestas más comunes es que nos asusta mucho vernos
abrumados/as por la tristeza, o incluso perder la razón o la habilidad de funcionar, el
miedo a llorar por el resto de nuestras vidas o entrar en un ciclo de depresión eterna. Y
todos/as hemos escuchado a otras personas que han recibido frases de sus familiares
y amistades como: “¿Todavía no has superado esto?”.
Todos/as hemos escuchado estas palabras, como si hay una fecha tope para el duelo.
Y como pensamos que deberíamos haberlo superado, y porque generalmente no
tenemos compañía en la que podemos confiar que seremos recibidos/as con
compasión en esta vulnerabilidad, sufrimos nuestras pérdidas en soledad. Nos
aislamos, en nuestros sofás, en nuestros apartamentos, buscando series de televisión,
azúcar, otra cerveza o comprando cosas que no necesitamos.
Si nos encontramos en la desesperanza por las injusticias del mundo o por las pérdidas
masivas de nuestro planeta debidas al calentamiento global, podemos recibir el
mensaje de que esto no es “nuestro”. Nos han dicho que solamente nuestras pérdidas
personales, las que afectan nuestro propio cuerpo y nuestras propias familias, son las
únicas válidas. Podemos recibir el mensaje de que la ruptura de corazón por la pérdida
de alguien más es patológica, como si nuestra capacidad de reconocer la interconexión
y de sentirnos mutuamente es una enfermedad. Este pensamiento falso nos separa
más y más, falla en no reconocer nuestra independencia y humanidad compartida.
¿Cómo puede esto ser diferente?
Me motiva una creencia en que decir la verdad y vivir los duelos juntos/as, en
comunidad, puede afirmar la vida y ser sanador. Si vemos en nuestra historia, podemos
ver que nuestros ancestros y ancestras tenían prácticas que apoyaban el duelo
colectivo. Mirando casi cualquier contexto cultural, encontramos que solíamos tener un
espacio para llevar nuestros corazones rotos.
Desde mi experiencia de décadas facilitando experiencias inspiradas en el trabajo de
Joanna Macy, “El trabajo que reconecta”, soy una firme creyente en el valor de
encontrarnos con nuestros corazones rotos en comunidades cálidas y receptivas.
Cuando nos sentamos juntos/as para expresar y sostener nuestras pérdidas colectivas,
tenemos la capacidad de quedarnos con ellas, sentir la ampliación de la ventana de
bienvenida a la expresión del dolor porque hay otras personas ahí para escucharnos,
para sostenernos cuando caemos.
Déjame describirte una escena del tercer día del retiro de Liderazgo Noviolento en
Justicia Social del año pasado; una reunión de 70 personas con una amplia variedad
de razas, edades, clases sociales, orientaciones sexuales y otras identidades. Ya
habíamos tocado algunas cosas muy duras. Habíamos realizado y presenciado
microagresiones y errores. Había bastante defensividad en los espacios entre
nosotros/as y la confianza tambaleaba. Ahí fue cuando iniciamos nuestro círculo de
duelo colectivo. Abrimos el círculo con un vídeo llamado “Formas culturales de sanar”,
de Jerry Tello. Es una pieza muy conmovedora. Emergió una sensación de más
honestidad en el grupo que empezó a profundizarse. Le pedimos a cada persona que
escribiera en un papel, qué le rompe el corazón. Persona a persona, fuimos pasando al
círculo, leyendo lo que estaba en el papel, dando espacio a distintos lugares de dolor.
Mientras cada persona hablaba, el resto fue testigo, acompañando sentados/as o de
pie, permitiéndose ser movidos/as por lo que habían escuchado. Un campo palpable de
compasión empezó a crecer mientras cada duelo era reconocido; continuó
expandiéndose con cada persona que nombraba su dolor personal o colectivo.
El círculo de duelo impactó al grupo entero y nuestra trayectoria juntos/as. Me parece
que nos unimos al reconocer las diferencias en nuestros duelos y también los lugares
que eran similares. Nos unimos en vulnerabilidad compartida y en interconexión.
Logramos sumergirnos. Aún había mucho trabajo que hacer, pero ahí había una
manera de movernos hacia adelante con menos defensa y más ternura, con un
entendimiento más claro de la magnitud de la tarea que nos esperaba.
¿Puedes imaginar cuán diferente sería tu propia experiencia si tuvieses un espacio
para ser sostenido/a, escuchado/a con empatía y calidez en las pérdidas que rompen
tu corazón?
¿Puedes imaginar cuán diferente sería tu experiencia si tuvieses una comunidad
acompañándote al escuchar el dolor de otros/as y así ser liberado/a de tener que
sostenerlo solo/a, y mas bien poder apoyarse en el círculo para sostenerlo juntos/as?
¿Puedes imaginar cómo serían tus acciones en el mundo si tuvieses un espacio
regular y seguro para hacer tus duelos y ser conocido/a por aquello que te importa?
Mientras sostengo estos sueños que actualmente están lejos de ser totalmente
realidad, al menos en muchos lugares, te invito a unirte a hacer estos sueños más y
más posibles en más y diversas comunidades.
Kristin Masters
CNVC Certified Trainer, WTR Leader, Mediator, Participatory Facilitator, Trainer/Coach in
Liberation, Power and Privilege Work
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